Filántropo esnob colombiano

colasaSomos la generación de las causas. Todos los días nace una nueva, cada vez más noble o más pendeja. O en casos como el de hoy: nobles, pero pendejas. Es más, si uno quisiera enumerar las causas pendejas y desterrarlas de un tajo del calendario sería una causa nobilísima, y no por ello dejaría de ser, a decir verdad, bien pendeja.

Cuando niños crecemos con motivaciones cortas y no muy elásticas, con anhelos simples, con intereses a corto plazo. Los problemas rondan cerca, los vemos ahí, y nos gusta tenerlos a la mano para verlos solucionados: nuestras causas son posibles y plausibles, sinceras, egoístas. Como debería ser, como en realidad y en el fondo son.

Pero ya grandes se nos invita a tomar partido en todo y a demostrarlo a todos. No podemos dejar de opinar  de lo que nos le interesa; o no estar ni a favor ni en contra de lo que no nos afecta; o ser tibio, indiferente o ambiguo en los asuntos universales de la vida. Lo miran raro a uno.  Como si la vida misma no fuera para cada cual la más íntima ambigüedad.

Somos la generación de las causas simbólicas y por ello estamos irremediablemente condenados a ser inútiles para las causas concretas.

Hace unos meses nos pidieron cambiar la foto de perfil y hacer la cadena más grande de Blackberry por los niños con cáncer. Antes, nos habían sugerido llevar un lazo en la solapa contra el cáncer de seno, y contra el Sida, y contra el maltrato infantil -cada enfermedad se apropió ya de un color de lazo-. Luego nos pidieron no tanquear hoy, sino ayer o mañana. Anoche, para no ir más lejos, Millonarios perdió y quedó eliminado de la Copa Libertadores, pero sus hinchas se quedaron con que presentaron la “bandera más larga del mundo”. No se ha escatimado en bromas para representar semejante patetismo. Y no es hora de escatimar, nunca será suficiente.

Hace un años los de la campaña ‘Remángate’ nos pedían doblarnos la bota del pantalón para mostrar nuestro rechazo hacia las minas y nuestra solidaridad hacia sus víctimas. Era una causa válida, como las otras, ¿quién quiere que otro muera de cáncer? ¿O de Sida? ¿Quién no quisiera tener la bandera más grande? -A muchos nos daría igual, francamente- ¿Y quién quiere que otro pise una mina o se recupere después de pisarla?; No hay mucho que explicar, todos son gestos inútiles y gaseosos, en la frontera entre la ingenuidad y la idiotez. Tormentas de arena.

Tuvieron que pasar años para que los de ‘Remángate’ aprendieran la lección. Este año les da igual si usted se remanga o no el pantalón en la oficina o en el Transmilenio, ahora les importa es que usted vaya a ‘Presta tu Pierna’, una carrera 5K y 11K. Ya inscribieron a 4 mil personas, de a 45 mil pesos por cabeza. Ya hicieron más que en estos tres años.

Es que la mímica simbólica está tremendamente sobrevalorada, cuando, en la práctica, las causas necesitan es capital humano y nada más. Manos que hagan, cerebros que solucionen, bolsillos que aporten y políticos que legislen, ni más ni menos.

Nadie hubiera comprado la manilla de El Salado si no fuera bonita, ni la de Livestrong si no representara a la gente ‘bien’, ni el iPod [Red] contra el Sida si fuera un mp4 de Kalley, ni agua Oasis si supiera a Clorox, ni boletas para el Live8 si no tuviera un cartel de primera. Todos son fetiches de autocomplacencia divinos, y útiles, y sí, simbólicos, pero que al menos sirven para donar plata. Remangarse el pantalón y tomarse la foto es tacaño, facilista, se ve ridículo y no sirve para nada. O sí, sirve para alimentar al inagotable filántropo esnob colombiano. Al bobo.

No hay nada más simbólico que lo concreto. Pagar cumplidamente los impuestos, por ejemplo, es un acto supremamente bello en su esencia. Comprar solo la comida que uno necesita y no dejar nada en el plato. Pedir la factura. No aspirar a becas ni subsidios si uno puede pagar. Decir la verdad, usar condón, lavarse las manos, no tomar lo que no es de uno, recoger la mierda del perro, votar, hablar pasito. Cuántas alegorías, cuánta carga ideológica…

Si tuviera que perseguir una causa sería la de que nadie persiguiera causas. De hecho, la única causa que en realidad siempre perseguimos es la de sobrevivir. Si desgraciadamente mi padre muere por una picadura de abeja africanizada es probable que yo cree una fundación, con su nombre, para luchar contra esos animales y dar a conocer los peligros de estar cerca de ellos. Y con todo y eso sería una causa pendejísima en sí misma, porque si mi papá muere de viejo no habrá ni lucha, ni fundación ni causa.

No necesitamos más, sino menos causas. Hoy los que se levantan contra el TLC mañana lo harán contra la tauromaquia, pasado mañana contra el pasaje de Transmilenio y al otro día pedirán la cabeza del técnico de su equipo. O serán hinchas de un europeo en la final de la Champions, o de un tenista, o de un participante del Factor X, o de quien sea. Y pues el año que viene serán ambientalistas y vegetarianos porque no solo hay que tomar partido sino hay que andar justificándolo. Y el tiempo que sobra, que no sobra, indignarse por alguna vaina una horita diaria. Qué vida de mierda es esa. Una vida así no da tiempo para pensar, pero sobre todo, para actuar. Por eso esas posturas pasivas disfrazadas de activas tienen tanto éxito.

Reconocerlos es fácil. Suelen andar engreídos autoproclamando su ‘monomoralidad’ bajo el argumento de que es pecado ser ambiguo. Aunque en algo sí coincidimos, a mí también me exaspera la gente que tiene doble moral, básicamente porque uno debería tener decenas de morales, decenas de ventanas, puertas y pasadizos por dónde salir, por dónde escapar de uno mismo sin miedo ni asco. Dos son muy poquitas.

En Twitter: @palabraseca

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